1920 – 2020

Pronto se cumplirá un siglo de mi arriesgada estancia en Chicago. Había llegado en pleno  invierno a buscar  trabajo, pero el éxito no estuvo de mi parte. Una noche de ola polar me acurruqué en el porche de un lujoso edificio y, sin percibirlo, fui cayendo en ese dulce estado de somnolencia que precede a la muerte por congelación. El último recuerdo de entonces es el de un flamante ‘Dodge’ negro que se detuvo frente a mí; también los pantalones a rayas de alguien que me recogía.

Acabé siendo novia de un gánster miembro del clan de los Mascarpone. ¡Me trataba como a una reina! El padre se esforzaba en que aprendiera las sutiles técnicas de la “cosa nostra’” Sin embargo, él prefería pasar las noches en fiestas privadas jugando al póker. Yo me quedaba en la zona de baile con la mosca tras la oreja. Sabía que vigilaban todos mis movimientos para perseguirnos cuando el tramposo de Doménico desplumara a sus jefes.

Con el acelerador a fondo dejábamos atrás los tiroteos de los miembros de la banda, protectores del hijo del jefe. A Doménico le divertía verlos por el retrovisor, asomados a las ventanillas con medio cuerpo fuera. Siempre acabábamos en la cocina de su casa comiendo tiramisú que ‘la mamma’ nos preparaba. Ella me tomó mucho cariño porque en mis facciones reconocía las de sus parientes allende los mares. Jamás detectó mi condición de avatar, ni yo la vi fuera de su reino entre fogones. Un espacio mágico donde los olores, la paz y la armonía que desprendía durante todo el año, solo podía ser comparable a una idílica Noche de Navidad.

© Oteaba Auer