CARRIL BICI

Sé que la humana me necesita, aunque sea incapaz de reconocerlo. Se engaña a sí misma  como quien padece una dolencia crónica y mantiene la esperanza hasta el último suspiro. Pero yo jamás la abandonaré, así que me trasladé a su ciudad. La última vez hablé con una estatua que me contó la interesante historia de La Calle de Los Grillos.

La ciudad está cambiada, caótica. Las calles alfombradas con asfalto rojo se extienden sin orden ni concierto. Por suerte, entre la maraña de tráfico y señales contradictorias localicé un paso de peatones. Bajé de la acera, crucé el carril de aparcamiento y, al pisar la alfombra, alguien me agarró con una fuerza sobrenatural salvándome de un atropello. Me giré como un rayo, pero no vi a nadie…

Caía la tarde cuando encontré a mi creadora sentada en el banco de un parque. Inmóvil y con los con los párpados entrecerrados, sostenía papeles en blanco y un bolígrafo sin tinta. Me coloqué a su lado, me miró; no dijo nada. Yo tampoco… Sus ojos irradiaban tedio, desamparo, amargura, cansancio… En definitiva, una implacable tristeza que debo solucionar con mi vida si fuera necesario.

En este sinvivir me obsesionan dos preguntas: ¿Si los carriles fueran de color ecológico, le devolverían la alegría?… ¿Tendremos los avatares un ángel de la guarda?

© Oteaba Auer