Permanecíamos preocupados en las baldas de la biblioteca familiar, conscientes de que si nos prestaban ya no habría retorno posible; quienes se habían ausentado nunca regresaron. Pero la luz de un artilugio sirvió para dar el pistoletazo de salida. ¡Nos invade el e-book!, pensé aterrorizado. Empecé a volar hacia arriba, hacia abajo, luego en círculos sin control alguno. Choqué varias veces con ancianos de lomos despegados. Al principio me sentía avergonzado; pronto comprendí que era parte de la lucha por la supervivencia.
Poco a poco me alejaba de mi compañero de estantería: mi confidente, mi amigo. No volvería a disfrutar de las conversaciones sobre su poesía, ni él de la traducción de mis jeroglíficos. Y aunque alzar el vuelo fue el sueño de mi vida, la necesidad lo había convertido en mi peor pesadilla.
Ahora, en el tormento de esta lenta agonía de frustración y desamparo en que se me desgajan las hojas, desmembrándome por el suelo, he logrado atrapar un resquicio de imaginación para fantasear con el descanso de llegar a mi estante como cualquier pajarillo lo hace en su rama….
© Oteaba Auer